domingo, 16 de agosto de 2009

"Hace falta mucho orgullo y muy poca imaginación para juzgar a los otros"

"Hay un espejismo de la exterioridad. Vistos desde fuera, los malos parecen malos y los buenos, absolutamente buenos, como en los cromos; pero, en rigor, desde dentro el hombre nunca es nada, escapa a cualquier definición por una inconsistencia profunda. Hay tanta miseria en el fondo de todos los hombres, la nada los carcome tan completamente, que, muy a menudo, al acercarnos a un adversario que desde lejos nos parece duro y compacto como una piedra, nos damos cuenta de que, en verdad, frente a nosotros no hay "nadie" a quien podamos detestar: nadie ha querido verdaderamente esos actos escandalosos, éstos no han sido deliberados, sino el resultado de un capricho, de un aturdimiento, de un azar, de un error. Y aun cuando hayan sido queridos, no lo fueron en cuanto realización de un mal. "Nadie es voluntariamente malo", dijo Sócrates; quien los cometió buscaba cierto bien: al menos, el suyo propio; acaso fuera egoísta, corto de miras, superficial; pero si indagamos con sinceridad en nosotros mismos, ¿quién se atreverá a decir: "Yo soy mejor que ese hombre"? Hace falta mucho orgullo y muy poca imaginación para juzgar a los otros. ¿Cómo evaluar las tentaciones que un hombre haya podido sufrir? ¿Cómo apreciar el peso de las circunstancias que dan a un acto su verdadera figura? Habría que tener en cuenta la educación de ese hombre, sus complejos, sus fracasos, todo su pasado, la totalidad de su compromiso en el mundo. Entonces, a buen seguro, su conducta se explicará; se podría explicar incluso a Hitler, si se le conociera bastante íntimamente. Pero explicar es comprender, es ya admitir. En la medida en que derivan de una situación y un temperamento dados, los crímenes mismos pierden la arrogancia que los hacía aborrecibles. El aspecto objetivo que en principio asumían a nuestro ojos se disipa. No han existido de esa manera para su autor, y éste, a no dudar, es sincero cuando se niega a reconocerlos, y aduce: "No había querido eso; no lo había entendido".

Simone de Beauvoir en "El existencialismo y la sabiduría de los pueblos", Edhasa, 2009 (pág. 141)

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